Étienne Davodeau nos ofrece otro retrato femenino donde lo improbable se alía con esa certeza que solo se da en la contemplación y la calma: que los recuerdos son. Que están.
Al final Beth y Orson la liaron parda: un asalto, un tiroteo, salir por patas, rescatar a Nina. Y luego el crío ese en el maletero del coche… Ahora tienen consigo dos maletas, una llena de billetes y otra, de cocaína, pero les falta mundo para correr. Y Orson necesita un médico o algo que se le parezca.
Tal vez, quién sabe, la suma de dos soledades pueda componer una buena compañía. Quizás Amelia y Ada, ambas corazones viajeros, acaben por acostumbrarse la una a la otra, y puede que, de alguna manera, también quizás, algún día todo este dolor nos acabe por ser útil.
¡Despertad, insectos celestiales! ¡A través de la sangre se os abre la gloria! ¡Es hora de vengaros de los temibles mortales!