Darle al frasco, idealizar el tormento, cultivar la envidia, hacer el zángano, pegar sablazos. ¡Para ser escritor ni siquiera hace falta escribir! Fante Bukowski no tiene voluntad ni disciplina, carece de humildad, y aunque anda corto de escrúpulos, se maneja como un elefante en una cacharrería en ese mundo de arribistas y cantamañanas que nutre los círculos artísticos y literarios. Fante Bukowski es, no le queda otra, la frustración hecha hombre. Y probablemente esté borracho.
Fante Bukowski toma su seudónimo de los dos primeros espadas del realismo sucio literario, y en esa decisión termina su talento y se cifra su patetismo. Pero él no está dispuesto a rendirse, al menos mientras sus viejos sigan aflojando.
Su última maniobra ha sido mudarse a Columbus, en Ohio, paraíso del arte y la creatividad donde los hados deberían serle favorables. Entretanto, la novieta que dejó atrás le ha adelantado por la izquierda: se ha convertido en escritora superventas y está de gira en la ciudad.
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