Ocurre en ocasiones que se da un cúmulo de talento en unas coordenadas muy concretas. Que en un punto localizado del mapa se define una escena como un fenómeno meteorológico, como un anticiclón o una borrasca. Sucede que un puñado de nombres que comparten intereses, sensibilidad, discursos o referencias, eligen una disciplina, como en este caso el cómic, y en ella se expresan, se desarrollan, se dicen, comparten, se retroalimentan…
Ese coro de voces particulares y cohesionadas en algún latido parece venir en los últimos tiempos de Canadá, y más concretamente de Quebec, donde se radica más de una, más de dos y más de tres autoras de absoluta actualidad. Allí está Sophie Bédard, especialista en sexología, que en su novela gráfica No es el fin del mundo recoge y desgrana las complejidades de la amistad y los vínculos a partir de la relación de unas veinteañeras; Cab (acrónimo de Caroline Breault), nacida en Montreal y curtida en la escena independiente, que con Utown nos ofrecía hace unas temporadas un thriller social sobre la especulación inmobiliaria y la resistencia vecinal; Cathon, nombre de pluma de Catherine Lamontagne-Drolet, que se nos revelaba en toda su frescura con ese criminal hawaiano bien templado de comedia que era Las piñas de la ira; o la más veterana Axelle Lenoir (la única de esta selección nacida en los setenta), que en El espíritu del bosque desplegaba un eficaz y sorprendente cóctel de costumbrismo, humor, fantasía sobrenatural y folclore a partir de la experiencia de una monitora de campamentos que trataba de mantener a raya a un puñado de mocosas.
Esos son solo algunos de los nombres que, sin salir de nuestro catálogo, conforman y practican una serie de dinámicas individuales y colectivas más o menos casuales, modos que dan lugar a lo que luego alguien, con perspectiva u oportunismo, tendría a bien llamar “escena”, “boom generacional” o “nueva ola”, y que por lo general no es más que una feliz coyuntura, pero feliz al fin y al cabo.
Feliz y en este caso creciente, ya que a las mentadas nos atrevemos a sumar sin reservas a Mirion Malle, de quien hemos leído estos días Por si desaparezco, y que si bien es francesa ha estudiado y vivido en Quebec muchos años, o a la todavía inédita en nuestro país BOUM, seudónimo de Samantha Leriche-Gionet, de quien en breve leeremos La medusa, una luminosa crónica sobre los miedos íntimos y particulares que es a la vez cartografía de esa oscuridad que a veces nos desorienta.
Sirva esta congregación de nombres para difundir una historieta contemporánea que procede, en efecto, de Norteamérica, pero que en sus particularidades nos recuerda, ¡en efecto!, que Norteamérica no son solo los Estados Unidos. Lo hace a la vez que se emparenta con sensibilidades europeas y tiende lazos hacia climas artísticos independientes, dándose a narrativas más o menos relajadas, desiguales y sobre todo ajenas a tradiciones que las constriñan. Son páginas vivas, vibrantes, en presente y decididas a hacer el camino al andar.
Deberíamos hablar de Canadá mucho más de lo que lo hacemos.