
Yosuke Shinkai se está descomponiendo. Literalmente. Su cuerpo se llena de pústulas, huele a putrefacción, se le desprenden pedazos de carne y las larvas trabajan hacendosas. Los médicos intentan dar con una respuesta pero desde presupuestos científicos nadie puede explicarle la circunstancia de este hombre al que encontraron tendido en la orilla de la playa. Yosuke está muerto. Vive, pero está muerto. Y tampoco es un zombi al uso: aunque el corazón no le late y no hay rastro de ondas cerebrales mantiene intacta la razón. El tiempo pasa y Yosuke no está dispuesto a esperar, quiere saber quién es y qué le ocurre, cuál fue su existencia anterior, a qué responde esta maldición.












